martes, 25 de agosto de 2009

Muerte


Monumento en honor al presidente José Manuel Balmaceda en el Parque Balmaceda (Comuna de Providencia)

Balmaceda delegó el mando en el General Manuel Baquedano, para que mantuviera el orden en Santiago por las posibles reacciones a la victoria revolucionaria. Envió a su familia a la embajada de los Estados Unidos, mientras él hacía lo propio en la legación argentina.

Baquedano no supo o no pudo sobreponerse a los incidentes del día después: los vencedores saqueaban e incendiaban las casas de los derrotados. Muchos de los balmacedistas tuvieron que esconderse y exiliarse.

Después de tres días de mandato, el general confirió el poder al comité revolucionario y se retiró a su domicilio.

Mientras, Balmaceda en la legación argentina no deseaba informarse de los acontecimientos; sólo días después empezó a leer los primeros diarios, que lanzaban feroces ataques en su contra. Pensó en entregarse a la junta, pero consideró que le harían indecibles vejaciones para después fusilarlo.

Decidió, pues, tomar el único camino que le permitiría salvarse de indignidades que como hombre no podía aceptar: El suicidio.

Así, además, cargaría con su sacrificio las culpas de sus familiares y amigos (pensaba), y su lucha sería amplificada por el efecto de su acto. Entre sus amigos estimados estaba José Arrieta y fue por eso que por algún tiempo el cuerpo del presidente permaneció en la tumba familiar de José Arrieta.

Balmaceda se suicidaría al concluir su periodo constitucional, que terminaba el 18 de septiembre de 1891. Ese día escribe cartas a sus familiares y amigos. Su letra es tranquila, sólo se rompe en la carta dirigida a su madre. Deja sobre la mesa también su llamado “testamento político”, del que extraemos los principales párrafos:

Testamento político de Balmaceda.
Mausoleo de Balmaceda en el Cementerio General de Santiago.
“Mi vida pública ha concluido. Debo, por lo mismo, a mis amigos y a mis conciudadanos la palabra íntima de mi experiencia y de mi convencimiento político."
"Mientras subsista en Chile el gobierno parlamentario en el modo y forma en que se ha querido y tal como lo sostiene la revolución triunfante, no habrá libertad electoral ni organización seria y constante en los partidos, ni paz entre los círculos del Congreso.
El triunfo y el sometimiento de los caídos producirán una quietud momentánea; pero antes de mucho renacerán las viejas divisiones, las amarguras y los quebrantos morales para el Jefe del Estado."
"Sólo en la organización del Gobierno popular representativo con poderes independientes y responsables y medios fáciles y expeditos para hacer efectiva la responsabilidad, habrá partidos con carácter nacional y derivados de la voluntad de los pueblos, y armonía y respeto entre los poderes fundamentales del Estado."
"El régimen parlamentario ha triunfado en los campos de batalla; pero esta victoria no prevalecerá. O el estudio, el convencimiento y el patriotismo abren camino razonable y tranquilo a la reforma y a la organización del gobierno representativo, o nuevos disturbios y dolorosas perturbaciones habrán de producirse entre los mismos que han hecho la revolución unidos y que mantienen la unión para el afianzamiento del triunfo, pero que al fin concluirán por dividirse y por chocarse. Estas eventualidades están más que en la índole y en el espíritu de los hombres, en la naturaleza de los principios que hoy triunfan y en la fuerza de las cosas."
"Éste es el destino de Chile y ojalá que las crueles experiencias del pasado y los sacrificios del presente induzcan la adopción de las reformas que me hagan fructuosa la organización del nuevo Gobierno, seria y estable la constitución de los partidos políticos, libre e independiente la vida y el funcionamiento de los poderes públicos y sosegada y activa la elaboración común del progreso de la República."
"No hay que desesperar de la causa que hemos sostenido ni del porvenir."
"Si nuestra bandera, encarnación del gobierno del pueblo verdaderamente republicano, ha caído plegada y ensangrentada en los campos de batalla, será levantada de nuevo en tiempo no lejano, y con defensores numerosos y más afortunados que nosotros, flameará un día para honra de las instituciones chilenas y para dicha de mi patria, a la cual he amado sobre todas las cosas de la vida.
Cuando ustedes y los amigos me recuerden, crean que mi espíritu, con todos sus más delicados afectos, estará en medio de ustedes.”

Sus palabras se cumplirían casi como profecía.

Terminado de escribir todas las cartas, al amanecer del 19 de septiembre, se recostó en la cama, apoyando la cabeza en el lado izquierdo. Con la mano derecha se apuntó con un revolver en la sien, y apretó el gatillo. Eran las ocho de la mañana cuando murió el presidente José Manuel Balmaceda.

La noticia de su muerte corrió con rapidez. Se agolpó tanta gente en la delegación argentina, que tuvo que ser dispersada por las tropas. Se traslado el cuerpo al cementerio en secreto durante la noche. La urna fue depositada en la sepultura de la Familia Arrieta, pero para evitar la profanación fue trasladado a otra tumba. Finalmente, el 26 de noviembre de 1896, fue trasladado el cuerpo de Balmaceda a el mausoleo de su familia, en grandiosa apoteosis, tributada por sus admiradores, con la simpatía de muchos de sus adversarios y la indulgencia de casi todos sus enemigos.[16]

Con Balmaceda murió también el régimen portaliano y el autoritarismo presidencial. La última palabra en el poder la tendría ahora la triunfante Oligarquía que gobernaría hasta 1920.

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